Querer es Poder
Yo si que lo recuerdo. Claro que yo siempre fui un poco ingenuo y me creía a pies puntillas lo que les oía a los adultos…
El caso es que recuerdo perfectamente esa parte de la conversación en la que un amigo de la familia soltaba la frasecilla: “Si es que querer es poder…”. Y la conversación que vino a continuación consiguió convencerme de que lo único que hace falta para conseguir algo es desearlo con todas las fuerzas del mundo.
Total que esa noche me fui a la cama, me acurruqué debajo de las sábanas, y quise con todas mis fuerzas tener una bicicleta. Todavía recuerdo como apretaba los puños y me encogía con todos los músculos tensos pensando “quiero una bicicleta, ¡quiero una bicicleta, ¡QUIERO UNA BICICLETA!”. Esa noche desde luego soñé con mi bicicleta, y seguí soñando con ellas muchas más noches.
Desgraciadamente la dichosa bicicleta no se materializó en el aire, ni apareció un duendecillo verde para concederme un deseo, ni se acordaron de mí los Reyes Magos de Oriente, ni me la regalaron por mi cumpleaños.
Los años fueron pasando, y cada vez que volvía a escuchar la susodicha frase, “querer es poder”, se me revolvían las tripas y pensaba “sí… ¡seguro!”.
El caso es que fui creciendo y empezaron a cambiar mis intereses. Cuando me regalaron mi primera bicicleta la verdad es que no me hizo tanta ilusión. Moló el regalo, si, pero para entonces mi cabeza estaba en otra parte. En otra galaxia para ser más exactos…
A los 12 años desarrollé un interés enorme por la astronomía. Leía todo lo que caía en mis manos sobre el tema, e incluso me apunté a algunas bibliotecas públicas para poder tener acceso a libros algo más especializados que los típicos de divulgación. Al poco tiempo, como podéis adivinar, desarrollé un deseo enorme de hacerme con un telescopio.
En ese momento no recordé para nada el incidente de la bicicleta, sino que sencillamente me puse a investigar dónde podía comprar un telescopio. Empecé por El Corte Inglés que lo tenía al lado de casa, me pateé medio Madrid mirando los escaparates de las ópticas, le pregunté a una amiga de la familia que era fotógrafo, me acerqué a los decomisos aduaneros esos que había en la Calle Mayor de Madrid. En fin, ¡qué me puse las pilas!
Tras mucho andar y mucho elucubrar, decidí que lo suyo era hacerme con un telescopio con no demasiadas complejidades técnicas pero sí con buena óptica. O sea, nada de monturas espectaculares y mucho de apertura y focal luminosa. Y con eso me hice una lista de los modelos que había en el mercado y sus respectivos precios.
Es curioso cómo cuando les conté a mis amigos lo del telescopio muchos se apuntaron entusiasmados, pero al poco tiempo, en cuanto hubo que patearse las calles y moverse por ahí, todos ellos sin excepción se fueron rindiendo y me dejaron sólo. Cuando llegué a aquel punto en el que ya sabía los modelos y precios que me interesaban, mis colegas me miraron como si fuera extraterrestre y me dijeron que estaba loco, que era imposible que me pudiera comprar uno con la paga semanal que tenía.
O sea, que no sólo mis amigos se habían rajado ante la primera adversidad, sino que cuando la vida con sus dificultades reales se ponía ante mis narices en forma de barrera económica, los muy cabroncetes querían que yo me rindiera también. ¡No querían verme triunfar en mi empeño!. Algunos incluso empezaron a tratarme como si fuera un bicho raro. Ya no era “uno de los nuestros” por así decirlo.
Pero yo ardía en deseos de tener mi telescopio. De observar el cielo directamente y no a través de fotos impresas en libros. De escudriñar esos innumerables millones de años luz que estaban a punto de mostrarse ante mis ojos…
Tomé una decisión: curraría para conseguir la pasta. Así, empecé por convencer a mi madre para darme un plus si cuidaba más de mi hermano pequeño, a mis otros hermanos por sacar a los perros a pasear cuando le tocaba a ellos, a alguna vecina por cuidar de sus niños cuando se iba a la compra, al frutero por ayudarle con algunos pedidos, y por supuesto cada vez que alguien me preguntaba que quería de regalo para mi cumple, Papá Noel, o lo que fuera, soltaba “quiero dinero para comprarme un telescopio”.
Según mis cálculos pasarían casi tres años antes de que pudiera comprármelo, sin embargo en la realidad pasó poco más de un año hasta que tuve el dinero necesario. Cuando miro hacia atrás y recuerdo aquello, tengo la sensación de que en realidad el universo se confabuló a mi favor para hacer realidad mi deseo.
Así que ya veís, al final aquelló resulto ser verdad.
¡QUERER ES PODER!
Es ahora cuando me doy cuenta de la sutil diferencia que hay entre decir “quiero esto…” y “me gustaría esto…”. No es lo mismo. No es lo mismo “querer ir al gimnasio” y ponerse en forma que pensar “me gustaría ir al gimnasio para ponerme en forma”. Y la diferencia está no en la forma en la que expresamos el deseo, si no en las acciones que llevamos a cabo a partir de ese deseo.
Cuando alguien quiere algo sin reservas su mente se pone automáticamente a la obra para maquinar, consciente e inconscientemente, cuál es la mejor manera de obtener lo que se quiere. Al poco tiempo uno está dando pasos en la dirección adecuada, y las barreras no son sino meros trámites, porque el deseo sin reservas nos impulsa a no parar hasta conseguir lo que queremos.
La próxima vez que un amigo te diga “quiero apuntarme a un gimnasio”, espera 3 ó 4 semanas y pregúntale: “¿Que tal en el gym?”. Si te dice que genial, que está en ello, sabrás que su deseo era auténtico y su voluntad fuerte. Si te sale con excusas sabrás que sencillamente le gustaría conseguir los resultados del entrenamiento pero sin poner nada de su parte.
Y es que tener “un cuerpo Danone” no se consigue a base de grasas animales, chorizo de la olla y bollería industrial. ¡Así también me apunto yo no te fastidia!. JAJAJAAJ… Para estar en forma hay que currárselo, como para cualquier cosa en la vida.
Lo que esto quiere decir es que cuando el sentimiento es lo suficientemente intenso, nos lleva a la acción. Y la acción a las consecuencias. Cuando todo nuestro ser está alineado trabajando en una dirección, esto es, cuando nuestros pensamientos y sentimientos son congruentes con lo que hacemos, entonces es cuando podemos esperar que cada paso que damos nos acerque más a nuestros objetivos.
– “Vale, estupendo Jimbo. ¿Pero esto que tiene que ver con el Éxito Social, o más concretamente con la seducción?.
Pues tiene que ver que no es lo mismo desear de verdad convertirse en alguien con auténtico Éxito Social que sencillamente pensar que estaría bien tenerlo. No es lo mismo estar dispuesto a dar los pasos necesarios para convertirse en un seductor experto que sencillamente pensar que estaría bien que las chicas cayeran a tus pies con sólo sonreírlas.
Luego la pregunta más importante que tienes que hacerte YA MISMO es: “¿Qué es lo que quiero?”. Y a partir de ahí responderte sinceramente y ser consecuente con tu propia respuesta.
Porque se trata de tu vida. Se trata de qué hacer con el poco tiempo que se te ha concedido para maravillarte de estar vivo. Se trata de tus sueños, de tus anhelos, de tus necesidades. Se trata de ti. No de lo que otros piensen de ti o vean en ti. Si no de lo que tu ves y piensas de ti y de como te sientes al respecto.
Así que dime, ¿qué es lo que de verdad quieres?. Y por supuesto, ¿estás dispuesto a hacer lo necesario para conseguirlo?
Un saludo,
Jimbo
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